ALUCINADA.


Es increíble lo que puede imaginar una mente cansada de la monotonía de su existencia...
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Me estaba besando. El chico más guapo que he visto en mi vida, me estaba besando. Demasiado rápido, demasiado intenso, pero con una ternura que no podía explicar.

-Ya puedes respirar –dijo luego de apartar sus labios de los míos y de soplarme en la cara.
-¿ah?
-Que ya puedes respirar.

Entonces se dibujó en su rostro una sonrisa.

-Has perdido el aliento…
-¿Ah?

Me sentía como una idiota. Ese desconocido me acababa de estampar el beso más espectacular que me habían dado jamás, y yo, todavía idiotizada, no me atrevía a darle el bofetón que se merecía.

-¿Quién diablos eres? –le solté al fin, luego de un esfuerzo sobrehumano por pronunciar las palabras en un orden coherente.
-¿No me reconoces?
-No.
-¿Segura?

Y otra vez se empezó a acercar demasiado a mí. 

-No…

¡Sí! ¡Claro que sí! Era el chico que todas las mañanas pasaba en su moto, en frente de la universidad. Ese guapísimo loco que veía a diario al entrar o salir del campus y que al pasar me aventaba un chocolate. Pero no cualquiera: mi favorito.

No lo reconocí por que siempre llevaba puesto el casco, pero esa mañana, cuando ya estaba por llegar a la universidad, se me presentó de la nada, me cogió de la mano, me llevó hacia un callejón solitario y me besó. Sin más ni más.

-Ya me recuerdas, ¿verdad? –preguntó, arrimándome lentamente hacia la pared.
-¿Quién te crees que eres? –le grité dándole un empujón.
-Lo siento. Creo que se me pasó la mano.

Y nuevamente se acercó a mí, pero esta vez con una expresión más suave. Demasiado suave. Extremadamente suave. ¡Maldita sea, me estaba derritiendo!

Ya estaba colocando su boca casi casi sobre la mía, cuando de pronto lo que sintieron mis labios fue un chocolate.

-¿Creíste que lo olvidé?

Abrí la boca y el metió la golosina en ella, sonriendo como un niño. ¡Dios! ¡Hasta su sonrisa era preciosa!

-¿Qué te parece si hoy hacemos huelga?
-¿Ah?

Otra vez yo y mi idiotez. ¿Es que no se me ocurría otra manera de expresarle que no entendía lo que quería decir?

-Huelga. Paro. Cese de actividades…
-¡Oye!, ¿te das cuenta de que me acabas de besar?
-Claro que sí.
-¿Y de que no te conozco?
-Eso no es del todo cierto. ¿Ya me reconociste, no?
-¡Pero no sé quién eres!
-Pues yo sí sé quién eres tú.

Un enorme signo de interrogación se dibujó en mi mente.

-Eres la chica que estudia Arqueología en la universidad que queda de camino a mi trabajo. Tienes la mirada color chocolate, el cabello castaño oscuro, que te hace ver hermosa cuando lo llevas suelto. Odias la clase de Filosofía, tu color favorito es el lila y te encantan los helados de la cafetería al frente de la universidad. ¿Qué más? ¡Ah! Desearías que pongan alambres con púas alrededor de las plantas y que despidan a la cocinera del comedor. ¿Otra cosa? ¡Claro! Te llamas Daniela, tienes 20 años y desde hace un año moría de ganas de besarte.

Congelamiento Cerebral. Creo que esa sería la frase que mejor describiría el estado en que me encontraba. Simplemente me quedé pasmada.

-¿Cómo sabes todo eso?

De repente empezó a invadirme el miedo. ¿Y si era un maniático? ¿Si me quería hacer algo? Aunque, estaba tan guapo que bien podía hacerme lo que quisiera… ¡Pero que diablos estaba pensando! No. Definitivamente tenía que alejarme de él. De inmediato. Su carita de niño, su sonrisa de modelo de dentífrico, y ese beso de película que me había dado, me estaban haciendo peder el juicio. Tenía que irme de allí y tenía que hacerlo ya.

-Otra cosa que olvidé decir acerca de ti, es que me parece que tienes la imaginación tan desbordada que eres capaz de imaginar mil y una barbaridades.

Me sonrojé hasta la raíz del pelo. ¡¡¡¿Quién era él?!!!

-Déjame adivinar. Debes estar pensando que soy un maniático. Que te he estado siguiendo y que he averiguado todo sobre tu vida. Pues, lamento decirte que, me gustas, sí, pero no hasta ese extremo.

Al rubor de mis mejillas le siguió el alboroto que armó mi corazón. ¡Empezó a saltar en mi pecho!

-En tu campus solo hay dos facultades: Arqueología y Arte. ¿Dime que estudiarías si llevaras imitaciones de huacos? ¿Crees que tu profesor de filosofía no sabe que odias ese curso? ¡Lo dices en plena calle! Tu celular tiene una funda lila. Usas zapatillas con franjas o pasadores lilas. ¡Tu mochila es lila! Más de una vez te he visto saliendo del campus comiendo un helado, incluso en invierno. Y sobre poner alambres con púas y despedir a la cocinera, a menudo se lo repites a tus amigas. Escuché muchas veces que, los que te conocen, te llamaban Dani, yo te calculo unos 20 años y es obvio que tienes los ojos marrones y que te ves hermosa con el pelo suelto. ¡Ah! Y te aclaro que supe todo eso estos últimos meses, porque en el trabajo me encargaron un proyecto que tenía que ver con tu universidad, y aunque no te diste cuenta, he estado allí a menudo.

Sonaba demasiado simple, pero bastante lógico.

-¿Y que hay del chocolate? –pregunté de pronto, ya más calmada.
-Me encanta el chocolate, ése en especial, por eso te lo doy.

Ahora no tenía nada que agregar. Todo aquello era tan inverosímil que no se me ocurría que más decir.

-Estábamos en que no sabías quién soy. Pues, soy Gabriel, tengo 22 años, trabajo en una editorial cerca de tu universidad, y te vi por primera vez en junio del año pasado. A partir de entonces te vi todos los días de lunes a viernes y me fuiste gustando tanto que hoy decidí hablarte, pero como en realidad lo que quería era besarte, y se me presentó la oportunidad justo cuando ibas a doblar la esquina, lo hice.

-No lo creo…
-Pero si te lo acabo de explicar…
-Pero aún así no lo creo.
-Te juro que no estoy mintiendo…
-Lo sé…
-¿Entonces?
-¿Por qué te gusto?

¡Oh, no! Esa, o era la pregunta más estúpida que había hecho en toda la conversación o era la que tenía que haber hecho hacía bastante rato.

-No lo sé…

Otra vez la cercanía…

-¿Y yo te gusto a ti?

Esa sí que fue una pregunta estúpida. ¿Me gustaba? ¡Claro que sí!

-¿Necesitas que responda?

Esta vez su sonrisa me contagió. Yo no tenía ni idea de lo que pasaría con nosotros después, pero en ese momento sí sabía lo que iba a pasarnos. Íbamos a compartir el segundo beso más espectacular que me habían dado jamás.

-Entonces ¿hacemos huelga?

Dije que sí. Tenía examen mensual, una exposición y debía entregar una monografía, pero dijo que sí.

Gabriel me tomó de la mano, me condujo hacia el extremo del callejón en que había estacionado su moto, nos montamos en ella y en un segundo estábamos en la pista.

Las 12 horas que duró nuestra huelga, fueron extraordinarias. Sobretodo por que dieron inicio a una vida en la que, los protagonistas, eran los besos y los chocolates.