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¡Solo un mundialito, por favor!


¿Contento? ¡Contento es poco amigo! ¡Estaba emocionadísimo! No me importaban los carros, ni las viejas con sus bolsas de mercado, ni los borrachos parados en la esquina. Yo solo corría emocionado esquivando todo a mi paso. Primero, crucé Lucanas y me adentré en el pasaje; luego, salí por Parinacochas y de tres en tres subí las escaleras, las zancadas parecían insuficientes para peldaños interminables. Una vez encerrado en mi cuarto y tirado en mi cama, aprovechando la ausencia de mi madre, encendí un cigarrillo, y mientras mi hermana gritaba ¡Qué mierda haces carajo, apaga eso! No salía aún de mi éxtasis.

¿No crees que esta cola esta larguísima? ¡Y eso que hemos madrugado! Aunque mejor si demoran, para seguirte contando… Después de haberle cancelado todo lo fiado, seguido de una larga cháchara sobre mi orfandad paterna, el viejo Guzmán, de La mar, me había convocado para jugar hoy en el Mundialito… ¿Sabes de lo que hablo?... Exacto, el de La Victoria, ese mismo, el famoso Mundialito del Porvenir ¿Te imaginas? Yo al principio también dudé, pero luego, ante una sagrada confirmación, una realidad se había impuesto sobre una vieja utopía. Segundo a segundo, el famoso Mundialito penetraba en mis venas ¿Qué si lo había presenciado antes? ¡Por supuesto! Todos los años los había visto desde mi balcón. Desde tempranito cuando armaban las bancas, cuando iba poblándose, cuando la tía Pancha gritaba desde abajo con su mandil sucio: “¡Dile a tu mamá que baje el cucharón y los platos!”. También estuve cuando vino Cubillas, Sotil, Carranza; claro que al final del día, cuando se definía al campeón, los policías tenían que sacarlos resguardados en medio de patadas, puñetes e insultos. ¡Como ves, estuve en todas! A veces atento a que cayera la pelota fuera de la cancha y atravesara la hinchada, para tomarla, meterla debajo de mi capucha, y junto a un camarada, echarnos a correr por Humbolt ¡Ah, pero esas chiboladas iban quedando atrás! Amigo, ahora yo sería protagonista. Mis amigos me alentarían desde el balcón. Mi madre y mi tía me servirían la comida y la chicha sin increpar. No como antes que tenía que rogar para que me toque una pierna del arroz con pollo y no las sobras de los clientes.

Exacto, el de La Victoria, ese mismo, el famoso Mundialito del Porvenir ¿Te imaginas? Yo al principio también dudé, pero luego, ante una sagrada confirmación, una realidad se había impuesto sobre una vieja utopía.

Lo mejor de todo era que sería parte de… Espera, ¡Por fin! ¡Ya abrieron la puerta principal!... ¡Caramba, como me distraigo!... Te decía, que lo mejor, era que yo sería parte de Porvenir Club, quién lo diría. No campeonaron el año pasado, pero sí llegaron a semifinales ¿Si había jugado antes ahí? Sí, eso era lo extraño, no había entrenado nunca con el equipo, ni siquiera había jugado las eliminatorias. Yo me preguntaba ¿Mi convocatoria repentina habría sido una urgencia, una lesión imprevista o la renuncia de un titular? ¿O simplemente era una estrategia para tener nuevo papá? Ese viejo Guzmán tiene fama de coquetón y desde hace tiempo lo veo cortejando a mi madre, además no recuerdo que me haya visto jugar. O quizá me vio aquel día que me saqué a tres de encima y con un sombrerito al arquero, la metí en el ángulo derecho. O tal vez hace poco, cuando en la pista de Humbolt veníamos perdiendo contra los de Matute, y aprovechando mis largas piernas me jalé a René, su mayor referente, con dos gambetas lo dejé clavado, me abrí espacio y la coloqué en el palo derecho. A ciencia cierta, no me importaba la raíz del asunto, yo estaba en el efecto, y ese efecto era el equipo y nada más. Ahora sería yo quien pise Parinacochas ¡No, no amigo! ya no para cruzar la pista, sino para lucirme con fútbol macho… ¿Cómo dices? ¿Están pidiendo los códigos? Sí, sí, sí ya me di cuenta, pero no me interrumpas… Lo más increíble era que me rozaría con los del Porvenir Club. Había jugado por las tardes en pistas, un domingo que nadie vigila en la cachita del Porvenir, cuando había campeonatos en la loza del Vallejo y el Salaverry, pero oficialmente en un suelo pelotero y con peloteros de verdad, nunca. Ahora me vería con el Cholo Piri, mi vecino del pasaje Grau, que seguramente me conoce, pero cuando nos cruzamos ni me mira. Ese cholo feo de joroba ancha y muslos de hierro no lo tumba nadie. Juega de defensa. Sus cañonazos desde el área hacen que el arquero se meta con todo y pelota. Algunos amigos que se han embriagado con él, cuentan que su lema es “Pasa balón o pasa jugador, pero los dos nunca”. De un culazo te manda para la tribuna o de un codazo te duerme. ¡Ah! Y además se alucina galanteador. Sus trinches los aplasta con limón y con un peinado cachetada afana a todas las del pasaje. Hasta a mi dulce Sofía la ha embelesado… ¿Que si me importa? ¡Para nada! Hasta ayer me consolaba pensando que hoy seriamos amigos y colegas ¿Por qué digo hasta ayer? ¡Ya pues! ¡Acaso no me ves aquí! Te sigo contando…

A ciencia cierta, no me importaba la raíz del asunto, yo estaba en el efecto, y ese efecto era el equipo y nada más.

También jugaría con Payasito… Sí, su apelativo es gracioso, pero ese chato famélico la pisa como Ronaldinho. La mueve al ras, con una pirueta se saca a uno o a dos, y alzando la cabeza – como hacen los grandes – apunta a su delantero ¡Como con la mano! Gritan todos. Sus centros y pases son divinos y exactos. Su cerebro vale más que sus piernas. Puede armar una jugada en un instante o desarmarle el partido al equipo contrario, si le da la gana. Vive en el pasaje Bolognesi. Siempre lo veo con el Cholo Piri, andan para arriba y para abajo. Hasta ahora no entiendo por qué en las tardes suben al Cóndor… ¿Conoces, no?... No importa… Es un edificio grande en toda una esquina, de lejos los había observado entrar reiteradas veces. Un día la curiosidad me ganó y los esperé en la esquina de Unanue, fingiendo que leía los periódicos matutinos. Demoraron cerca de cuarenta minutos en bajar. Tenían la nariz roja y el moco se les caía. Se metieron a la tienda y compraron una botella con agua. Luego, cada uno se dirigió a su pasaje.

Otro con el que me rozaría sería el Zurdo Paratori. Un apuesto muchacho de buen porte, vestir deportivo y una gorrita reguetonera que aguachafa sus trajes completos de Adidas, Umbro o Nike… ¿Cómo? ¡No pues, no me interrumpas! Sí, si tengo lápiz y borrador… Te hablaba de ese zurdo, ¡Uy! cuando llega el balón a sus pies dentro del área contraria, todos, parándose, corean ¡Gol cantado! ¡Ya, pégale! Es un goleador innato. Tiene la suerte echada en sus pies, como aquellos que aunque pateé con los ojos cerrados y de espaldas, el universo conspira por su talento y hace que la pelota toque las redes del arco. Su especialidad es la encarada. Se para en la banda izquierda, con el empeine empuja suavecito la pelota, cuando el defensa hace un movimiento en falso, pica con lo justo, engancha, se mete al corazón del área y pisando y moviendo el balón repetidas veces hace bailar huayno al arquero. Dicen que jugó en el Cantolao, luego llegó a las divisiones menores de Alianza, pero lo botaron porque le propinó un puñete al entrenador por rascarle la cabeza burlonamente cuando no podía hacer más planchas. Vive en el pasaje Leoncio Prado. Estuvo con Carolina, la sanguchera de los mundialitos ¡Ayayay! Si la conocieras, es un hembrón… Me has hecho acordar… Hace unos años, saliendo del colegio, en el centro del parque Porvenir, había un gentío exacerbado gritando: ¡Bronca! ¡Bronca! Salí corriendo y traté de meterme en medio de los curiosos. Entre injurias, el Negro Kike, con los puños cerrados en guardia, esperaba un amague de Paratori para tumbarlo de un puñete. Presté atención a la muchedumbre y algunos decían: ¡Carolina es la prima del negro! ¡Está en cinta! Pero como los chismes tienden a deformar y elevar el grado de veracidad, preferí observar a los protagonistas con fe que escupan de sus bocas lo real. Ninguno lo esclareció, solo eran aventadas de madre que acompañaban intentos fallidos de puñetes y patadas. Paratori parecía tropezar en todo momento, por el contrario el Negro Kike permanecía erguido con su metro ochenta y cinco, no titubeaba, incólume daba pasos cortos a los costados y al frente. Un movimiento dudoso de Paratori hizo que el Negro Kike suelte un feroz puñetazo, pero los reflejos de Paratori le jugaron a favor y haciendo un esquivo, soltó también el suyo. Parecía un episodio sacado de Rocky, ambos cayeron al suelo y a falta de un réferi que cuente hasta diez, se revolcaron en el pavimento. Sus cabezas chocaron con la gran “V” de concreto que se yergue en medio del parque, y empezaron a sangrar. Llegó serenazgo y se llevaron a los dos. ¡Y para qué te cuento! seguro te vacilarás, pues ese día lo primero que hice al llegar a mi casa fue amanecerme viendo toda la saga de Rocky, alucinándome yo un Balboa derrumbando a un Apolo primo de Carolina o a un Ruso con su gorra reguetonera. Más tarde me enteraría que el hijo no era del acusado y vería a los dos peleadores callejeros jugando en la delantera para el mismo equipo en partidos de apuesta y luego en Porvenir Club.

Te hablaba de ese zurdo, ¡Uy! cuando llega el balón a sus pies dentro del área contraria, todos, parándose, corean ¡Gol cantado! ¡Ya, pégale! Es un goleador innato.

¿Has oído que los gordos siempre tapan? ¡Caray! Aquí también se cumplía… Es el arquero Gordo Sandro, de Bolívar. Ese mofletudo tapa todo el arco y a pesar de los cien kilos que se maneja, es tan ágil como un gato. La única manera de anotarle es jugando con un balón pequeñísimo, pero como es algo imposible, la mayoría de goles que le anotan es a punta de pases, pasándosela entre las piernas o algún taponazo inesperado que deja estáticos y fríos a todos. Pero bueno, como te dije, la cosa es que todos ellos, hoy, hubiesen jugado conmigo.

¿A qué especialidad voy? No jodas pues, ni me acuerdo ¡Mejor pregúntame porqué hubiesen jugado conmigo! Ya falta poco para entrar, mejor me apuro… El equipo estaba grabado en mi memoria. Salí un rato al balcón, mientras duraba la tarde, a contemplar a uno de mis futuros compañeros de camiseta. Tenía unos deseos ansiosos de gritar desde allí ¡Hey cholo, flaco, zurdo, negro, gordo, mañana campeonamos! ¡Ahí bajo para contarles! Nos iríamos a callejear por el pasaje y deteniéndonos en la esquina, pasaría Sofía, atisbándome de reojo con su tez morena y pestañotas risadas. No pasó nadie y ni siquiera bajé. Pensé que mejor era dormir temprano, tenía que guardar fuerzas para hoy. Entré a mi cuarto y en calzoncillo me empecé a masajear las piernas, las pantorrillas, hice algunos movimientos de cintura y me sentía en perfecto estado. Una de mis hermanas menores asomó por la puerta, me miró extrañada fungiendo las cejas y cerró de nuevo. Hice un par de ranas y en eso entró mi madre. ¡Mamá ven siéntate! ¡Tengo algo que contarte! – Le dije. Yo también tengo algo importante que decirte – me contestó de inmediato… No presentí peligro alguno, así que le cedí la palabra; tú sabes, lo mejorcito se guarda para lo último, además la palabra de nuestras madres santas van por delante siempre… Imaginé que quizá el viejo Guzmán ya le había adelantado la noticia, y mi madre orgullosa me diría que hoy vendería mi comida favorita y me separaría un platote y un vasote de chicha para mí solito luego del partido. Así que la escuché atentamente:

-Acuéstate temprano hijito. No hagas mucho desgaste de energía, tienes que estar en muy buen estado. Toma, este es tu prospecto y tu código para que mañana postules a la universidad.




A propósito de la participación de la selección peruana en la Copa Mundial 2018, este cuento peruano sobre el conocido Mundialito de El Porvenir, que se realiza cada año en el jirón Parinacochas en el distrito de La Victoria (Lima, Perú).

Por Antonio Raymondi Cárdenas
Villa El Salvador-Lima, 14 de agosto de 2015.

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