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Periquito


-¿Aló?
-¡Doctor!
-¿Perdón? ¿Quién habla?
-Disculpe, ¿con el Dr. Ramoncito Zúñiga?
-Insisto quién habla y con quién desea hablar.
-Ramón, soy Periquito de la promoción.
-¿José “Perico” Torres del Concepción?
-¡El mismo que viste y calza pues mi hermano!
-¡Periquito! ¡Hermano del alma! ¿Qué ha sido de tu vida? ¿Volviste de Chile?
-Así es Ramoncito, hace un mes he vuelto para saludar a la familia y a los amigos. Quería saber si estás en Lima, para vernos.
-Sí, estoy viviendo por Comas, ¿tú por dónde estás?
-Me estoy quedando por Chorrillos. Que te parece si nos vemos a las tres en la Plaza San Martín, ¿qué dices?
-No hay problema Periquito. Pero eso sí, me disculparás, ando un poco corto de dinero, tú comprendes, Lima está jodida y no hay chamba.
-No te preocupes Ramoncito, en el centro tengo un amigo que es dueño de una cevichería, además todo corre por mi cuenta, ¡faltaba más!
-¡Buena Perico! ¡Hey! no será un ceviche de carretilla, como en los viejos tiempos – me eché a reír.
-Ya pues Ramón, esas épocas ya pasaron, ahora será con parihuelas y cervecitas negras para brindar.

Cuando culminó la llamada, quedé mirando con pasmo el celular. Había pasado una década desde que salimos del colegio y ahora su rostro delgado, sus cachetes desinflados y su nariz punteaguda se apoderaban de mis recuerdos. Estudió Derecho y ahora trabajaba en Santiago. ¡Ese Periquito! Siempre fue un bruto en el salón, hasta le soplaba los exámenes; pero eso sí, su labia era admirable y al parecer había despertado una inesperada pasión por las letras que, sumado a su elocuencia, otorgaron un giro rotundo a su vida. Lo bueno, era que no había olvidado a los amigos de infancia. Cómo me iba a olvidar si fuimos inseparables compinches durante la secundaria. ¡Y encima me dice doctor! Claro, todavía lo recuerda. Meses antes de la fiesta de promoción grabamos nuestros objetivos en un álbum, yo le dije: Perico me pondré doctor, pero no de médico, sino doctor en filosofía. Tú sabes yo soy pensador y cuestiono todo. Él se rió a carcajadas y con su voz de pito, me respondió: No jodas pues Ramón, en lo único que piensas es en jugar fútbol, y a lo mucho cuestionas los goles que fallan otros. Yo, en cambio, me pondré mecánico, es que quiero estudiar algo práctico y rápido, para ganar dinero al toque y largarme de mi casa. ¡Vaya! ¡Y como es la vida! ni él estudió mecánica, ni yo filosofía. El destino fue otro y me condujo a pelar y enchufar cables de casa en casa, una forma extraña de filosofar sobre la electricidad doméstica.

Llegué diez minutos antes de lo pactado. Dudoso de sentarme, caminar u ojear los periódicos, decidí llamarlo.

-¡Periquito! por dónde estás. Ya estoy en la plaza, en la esquina de Colmena.
-¡Asu! que puntual Ramoncito, ¡no has cambiado nada! No te preocupes, dentro de quince minutos llego.

Tenía razón, no había cambiado. Cuando nos citábamos para deambular por la avenida o parlotear en el barrio, yo siempre llegaba puntual y él media hora después. O cuando necesitaba para alguna cosa trivial, le pedía dinero y al día siguiente le pagaba, Perico en cambio, nunca me devolvía nada. Una vez me confesó que para él la política de buenos amigos era que el préstamo significaba regalo y la hora de cita era la hora de espera. Pasaron los quince minutos y alargaba el cuello para buscarlo entre la muchedumbre. Pasaron diez minutos más y no se asomaba por ningún lado.

-¡Aló! ¡Periquito! ¡Te perdiste! O ya no recuerdas las calles de Lima – reí.
-Nada que ver Ramoncito, ya estoy bajando del bus, en cinco minutos llego.

Me adentré a la plaza, dirigiéndome hacia uno de los tumultos que hacía rato lo había notado sin interés. Introduciéndome, diferencié al clásico pseudopolítico que parlotea y luego vende folletos. Sabía que era un charlatán, pero no encontraba el sustento académico para ridiculizarlo. ¡Ya sé! – dije, cuando llegue Periquito lo hago ver esto. Seguramente como abogado entenderá bien, y para recordar las chacotas haré que lo avergüence. Habían pasado los cinco minutos. Miraba de un punto a otro, buscándolo. ¿Habrá engordado? ¿Se habrá teñido el cabello? ¿Habrá dejado la ropa de salsero mafioso? Buscaba entre el gentío y no lo hallaba. Es extraño- reñía. Lo llamé nuevamente. -Perico como te dije estoy en la esquina de Col…
-Sí, sí recuerdo. Estoy llegando, me quedé en un quisco comprando unos cigarrillos. Tú sabes para filosofar en el camino, pues ¡doctor! –río a carcajadas.

Ese Periquito se las sabe todas- exclamé. Me apoyé en la pared y observé de lado a lado. Contemplaba a la gente que se me cruzaba. Me preguntaba por qué al Centro de Lima siempre vienen extravagantemente ataviados: Roqueros, metaleros, raperos, jipis, nerds, homosexuales, etc. ¿Dónde se habrá metido Perico? Caminé de esquina a esquina. Cruce la avenida. Volví y no lo veía.

-Aló, Perico, que pasó.
-Ramoncito, ya estoy entrando a la Plaza San Martín. ¿Estás en Colmena, no?
-Sí, sí, tú dónde estás.
-Estoy en el otro extremo de la plaza, espera daré la vuelta.
-Periquito, estoy con un polo verde. ¿Qué ropa tienes?
-Mi ropa es… espera, ya te ví, ya te ví Ramón. Ahí voy.

Atento mis ojos se movían hacia todos los sitios. Los palabreros habían aumentado y sus adeptos también, los transeúntes se fotografiaban y otros dialogaban en medio de la acera. Todo esto impedía mi visión. Daba pasos cortos de un costado a otro. Lo buscaba, lo rebuscaba. Creía reconocerlo y luego lo descartaba. Resolví en llamarlo de nuevo.

Su celular estaba apagado. Di diez vueltas a la plaza, y en dos horas y media, observaba de reojo, entre el tumulto, la elocuencia y la verborrea de los charlatanes.



Por Antonio Raymondi Cárdenas
San Martín de Porres, 08 de noviembre de 2016

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