…Entonces, el chico malo me tomó de la mano y me arrastro con él.
Corrimos por el mundo, y me revistió de su indiferencia, de su ímpetu, de su locura. Y pude gritar que estaba cansada, que quería parar, que quería que me dejaran de joder. Continúe corriendo de su mano sintiendo que me liberaba, que lograba volar y me fui desnudando más de mí, vistiendo más de él, hasta el punto de no tener miedo de mandar todo a la mierda.
Y ya no era yo, si no él en mí.
Pensé que había roto mis amarras, pero resultó que solo las cambié por cadenas. Y tarde, muy tarde, descubrí que el chico malo no fue mi libertador sino mi verdugo.