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Compartiendo vida, capítulo 9


9.


Sábado.
En el hospital.



Mario se detiene justo antes de entrar. “¡Maldita sea!... Tú solo te metiste en esto, ahora no te acobardes…”. El timbre de su celular lo sobresalta. Es la quinta vez que lo oye, pero ahora sí contesta.

-¿Aló?
-¿Dónde está? ¡Lo estamos esperando desde hace horas! ¡Tendría que haber estado aquí a las 8 en punto!
-Tuve un contratiempo…
-¿Está en camino, verdad?... Torreblanca, está viniendo para acá, ¿no es cierto?...
-Yo…
-No se puede a arrepentir ahora, ¡se lo advierto!
-Lo sé. Estoy entrando al hospital ahora mismo.
-¡En cinco minutos tiene que estar aquí!

Mario guarda su celular en el bolsillo del pantalón y entra al edificio.

“Cuando esto termine, todo estará mejor. Nos podremos mudar, podremos pagar las deudas y quizá hasta recuperemos la casa… terminará pronto y… todo estará mejor…”

Mario entra al ascensor vacío, marca el número del piso al que quiere subir y espera. No tarda más de un par de segundos en llegar. Camina por un pasillo poco transitado y casi choca con una enfermera que, apresurada, empuja una silla de ruedas ocupada por una mujer a punto de dar a luz. La enfermera logra esquivarlo y continúa su carrera hacia el ascensor. La parturienta pega un grito espantoso y Mario se estremece como si fuera Diana la que se retuerce en la silla.

Ahora lo recuerda. Nicolás nació en este hospital y es aquí donde vio al abogado por primera vez. Estaba desayunando en la cafetería con Jhon, y en el otro extremo de la sala se hallaba un hombre mayor, alto y robusto. El señor de traje impecable, parecía alterado y no cesaba de caminar de un lado a otro justo como él mismo lo había hecho mientras esperaba noticias sobre Diana y el bebé.

El bebé…

“Si supieras lo que voy a hacer por ti…”

De repente, al pensar en su hijo, Mario repara en un detalle que antes no consideró: aún no conoce al muchacho a quién está a punto de donarle su riñón. En el mes y medio que lleva tratando con el abogado, este se ha mostrado tan reservado respecto a su hijo que Mario tan solo sabe de él que tiene 16 años y padece de insuficiencia renal crónica. Ni siquiera conoce su nombre. ¿Cómo será? ¿Se parecerá a su padre? ¿Le irá bien en el colegio? ¿Le gustará el fútbol? Es sólo un adolescente, lo lógico sería que anduviera preocupado por el acné, las chicas y los amigos, pero en su situación estas cuestiones son absolutamente irrelevantes. Un muchacho de 16 años a punto de morir. Si eso suena terrible para cualquiera, ¿Cómo lo estará afrontando él?

Las puestas del ascensor se abren y Mario se dirige a la sala de espera. El abogado y su esposa se vuelven hacia él apenas escuchan sus pasos.

-¡Qué diablos está pensando!

El abogado parece estar a punto de golpearlo, pero su esposa le coge un brazo y le recuerda que no se debe perder más tiempo. Sin apartar la mirada de Mario, el abogado coge su celular y llama al cirujano que hará el transplante. El médico aparece en menos de 5 minutos y conduce a Mario hasta una habitación en la que deberá ponerse una bata.

Ya con ella puesta, espera a que traigan una camilla. Una enfermera entra en la habitación, toma sus datos personales y se le hace firmar un documento. Justo antes de que la mujer se vaya, Mario se atreve a preguntar:

-Él… ¿Está aquí?
-¿Se refiere al muchacho que recibirá su riñón?
-Sí.
-Está internado desde hace dos semanas.
Mario abre la boca pero no dice nada. Ni siquiera sabía que el chico estaba así de mal.

-¿Puedo verlo?

La enfermera arquea las cejas en señal de sorpresa. Sabe que han perdido más de dos horas y que la intervención no debe demorar un minuto más, pero por algún motivo decide darles tiempo a Mario y al chico.

-Solo un momento.

La enfermera sale y Mario la sigue con premura. Caminan por algunos pasillos y llegan a la habitación. Dentro, dos enfermeras conectan y desconectan tubos en el cuerpo de un muchachito de tez blanca hasta la palidez, cabellos negros enmarañados y ojos grises sin brillo. Cuando parece que no queda nada más por hacer, las enfermeras salen y dejan a Mario y al muchacho a solas.

-Hola – saluda el chico con cierto tono de dolor que parece innato en su voz.
-Hola – susurra Mario, empezando a tener la extraña sensación de estar hablando con Nicolás.

Y es que los ojos grises del muchacho le recuerdan mucho los de su bebé. Y su mirada adormilada y la forma acorazonada de sus labios y el pequeño hoyuelo en su barbilla. Todo su rostro se le figura el de su hijo a los 16 años.
-¿También te van a operar? – pregunta el chico con curiosidad.
-Sí…
-A mi me van a poner un riñón nuevo, ¿a ti que te van a hacer?

Mario demora un instante en reaccionar. El chico le acaba de decir que va a recibir un transplante como si le contara que le van a hacer un corte de cabello. Y además no parece interesarle el por qué un extraño se aparece de repente en su habitación.
-Me van a quitar un riñón viejo…

Por un instante el muchacho parece haber dejado de respirar, pero la risa que emite después demuestra que el oxígeno aún sigue llegando a sus pulmones.

-¡Por fin!

Mario se le queda mirando sin parpadear, totalmente desconcertado.
-¡Creí que lo único que conocería de ti sería tu riñón!

El muchacho recorre a Mario con la mirada antes de agregar:

-Bueno, creo que después de todo si podré volver a jugar básquet. Te ves bastante sano así que tu colaboración me ayudará mucho más de lo que pensé. Superas mis expectativas, chico.

La última frase, acompañada de un pulgar arriba, provoca que esta vez sea Mario quien sonría. La situación se está desarrollando de un modo completamente diferente al que imaginó, pero es mejor así. El muchachito, y sus comentarios irreverentes le caen bien. Sobretodo por que aun en su obvia debilidad, no proyecta la perturbadora imagen agónica y sin esperanzas de un desahuciado.
-Nunca me gustó el básquetbol, así que quizá mi “colaboración” no te sirva de mucho. En cambio, me va bien en el fútbol y la natación.
-Mmmm… fútbol… no está mal, y nadar… eso me gusta más.
-A las chicas también.

Mario se vuelve con brusquedad al escuchar esa voz.

-¿Tu crees? – pregunta el muchacho, con picardía.
-Claro. Así me enamoré de él.

Diana señala a Mario con un leve movimiento de cabeza y logra así, borrar la sonrisa del rostro del muchacho. La palidez en el rostro de su donante le ha hecho comprender que si bien su visita fue no fue planeada, la de esa joven mujer ni siquiera debió suceder.

-Hablemos afuera.
Diana le dirige una última mirada al muchacho y sale de la habitación llevada por su esposo. Ambos recorren una maraña de pasillos antes de encontrar un lugar en el que pueden conversar.

-¿Cómo lo supiste? – pregunta Mario, tieso, desconcertado y sintiendo que su mundo se viene abajo.
-Te seguí. – responde Diana sin inmutarse.
-¿Qué? ¿Desde cuándo?
-Hoy fue la primera vez.
-¡Cómo pudiste hacerlo!
-¡Cómo pudiste hacerlo, tú!

Mario observa a su esposa con atención. Ella no está molesta, ni preocupada. Lo que se lee en sus ojos es una mezcla de desconfianza, decepción e impotencia. Es como si todavía no pudiera convencerse de lo que él estaba a punto de hacer.

-¿Desde cuándo lo sabes? – pregunta Mario, sin poder sostenerle la mirada por más tiempo.
-¿Eso importa? Por que lo que a mi me parece vital ahora es entender todo esto.
-No podrías.
-¿Por qué? ¿Te parezco estúpida? ¿Inmadura? ¿Ignorante quizá?
-No digas tonterías…
-Explícamelo entonces. Hazme entenderte.

Mario vuelve a mirar a Diana, esta vez con desasosiego. ¿Entenderlo? ¡Nadie puede entenderlo! Nadie puede comprender su frustración, su desesperación. Ni siquiera ella.
-No puedo. Tú afrontas la situación de manera distinta. No me pidas que te explique cómo me siento por que no puedo.
-No creí que se tratara solo de lo que tú sintieras.
-¡Por Dios! ¡Yo lo jodí todo! ¡Yo nos hundí!
-Estoy harta de que todo siempre se trate de ti.

Las palabras de Diana son como una bofetada para Mario.

-¿Qué?
-No lo soporto. perdiste la casa, te endeudaste, tienes que recuperarlo todo, te tragas tu orgullo, te humillas, estás desesperado, tú, tú, tú… ¿Y nosotros en que parte de tu mundo encajamos? ¿Qué rol de tu desgracia desempeñamos? Aparte de ser la mamá y el bebé ¿que somos? ¿Qué significado tenemos en todo esto?
-No puedes hablar en serio…
-Quieres inmolarte por nosotros, por el amor que nos tienes, pero no te das cuenta de que nuevamente el protagonista eres tú.
-¡Todo lo hice por ustedes! Pensando en ustedes, por ustedes, para ustedes. ¿Crees que hubiera llegado tan lejos si se tratara solo de mí? ¡Me daba terror siquiera pensarlo y lo único que me ayudó a seguir fue pensar en ustedes!

Mario siente que se ha quedado sin aliento. Su esposa le acaba de reprimir su supuesto egocentrismo cuando el único motivo que tuvo para actuar cómo lo hizo fueron precisamente ella y su hijo.

-Mario, estoy esforzándome por entenderte, siempre lo hago, pero parece que tú no te das cuenta. Creo que logro comprender tus razones pero sólo por que pudieron ser las mías si yo hubiera estado en tu lugar. Con la diferencia de que yo no te hubiera dejado de lado. Por que desde el momento en que nos casamos, creí que habíamos dejado de ser dos para convertirnos uno solo. Creí que todo lo bueno o malo que tuviéramos dejaba de pertenecer a uno o a otro para ser de ambos. Creí que los logros y los fracasos eran nuestros. Creí que las culpas y los méritos eran nuestros. No tuyo, no mío, nuestros.
-Diana, hay cosas que debemos hacer por separado. Se supone que yo debo protegerlos, cuidar de ustedes ¿O qué? ¿Piensas que la solución es vender tú la mitad de un riñón y yo la otra?
-Pienso que para salvarnos, estaría dispuesta a dar un pedazo de mi como lo pensabas hacer tú, pero jamás te dejaría fuera de esa decisión por que tienes tanto derecho sobre mi como yo misma.

La indignación que creció desmedidamente en Mario, encuentra su tope y disminuye al escuchar las últimas palabras de su esposa. Ella ha dejado que las lágrimas sigan una ruta a través de sus mejillas y su mirada acuosa expresa la decepción que siente. Ella también hubiera estado dispuesta a hacer lo que sea por su familia, ella también hubiera sido capaz de entregar un pedazo de su cuerpo si con eso pudiera protegerlos a él y al bebé. Mario al fin lo entiende. Diana no se era su responsabilidad, sino más bien su apoyo. Diana nunca debió ser considerada una integrante más del problema, si no su aliada en la búsqueda de la solución.

-Perdón…

Mario se acerca a su esposa y la abraza. Ella no lo rechaza, pero tampoco le corresponde.

-No puedo culparte por estar dispuesto a hacer esto por nosotros. Pero tampoco puedo cambiar el hecho de que no confías en mí…

-Diana…
-…No puedo pedirte que detengas esto, por que tú tomaste la decisión independientemente de lo que yo pensara. Solo recuerda los ojos de ese chico. Él quiere vivir y nadie puede cobrarle por esa oportunidad.


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3 visitantes opinaron

  1. Jo, el capítulo me ha emocionado :( es precioso, es una pena que ya se vaya a acabar la historia

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  2. Ya en el próximo acabará? Es una pena, me encanta como la narras, tienes talento para ello.
    Pero esa es tu decisión, y yo aquí estaré para leerte :)
    El capitulo me ha encantado, así que espero leerte pronto.
    Un fuerte abrazo!

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  3. vaya, no creí que llegara tan lejos, pero me intriga saber en que termina... buena historia

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